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Atacar, atacar, atacar, siempre atacar… Niégalo todo, no admitas nada… Proclama y reclama tu victoria, sino fíngela, pero nunca admitas tu derrota, aunque hayas perdido… La verdad no existe. Es una creación humana y el fin justifica los medios y tienes que ser capaz de hacer lo que sea necesario y a cualquiera para ganar... Nada importa, excepto ganar...
Solo de quien ha vivido, leído, estudiado y metido en el fondo del barro de la realidad por conquistar algo, pueden surgir palabras no vacías. Forman parte de los diálogos, filosofía y enseñanzas que lanza un experimentado Roy Cohn a un joven Donald Trump en The Apprentice (El Aprendiz, en español, Prime Video – 2024). Si buscas una película de autoayuda porque no encuentras motivos para seguir, o quieres el vértigo de oficinistas chocando entre sí, por acá no es. En esta vas a encontrar aproximaciones de cómo se construye el camino al poder, y cómo la traición, ingratitud, indiferencia y desprecio se convierten en las circunstancias más ciertas en los tiempos inciertos. Es una ficción sobre la condición humana.
En El Aprendiz todo comunica y perdona en el tiempo pues sus cerca de dos horas de duración, no tienen minutos ni escenas que sobran, más aún en estas nuevas modernidades donde las eternidades son fugaces y nos estamos acostumbrando a que todo lo que aspiremos saber venga en resumido.
Ambientada en la New York de los 70 y 80, y con una producción estética de esas décadas, va desentrañando cómo Trump (interpretado por Sebastian Stan), busca abrirse espacio en el mundo empresarial, encontrando en su trayecto a un maduro Roy Cohn (Jeremy Strong), abogado norteamericano controvertido y que en su época gozó de gran espacio político, como hábil jugador del poder, la corrupción y el engaño, cometiendo abusos y excesos que lo llevaron a morir como vivió. Absorbiendo la visión e ideas de Cohn, Trump va construyendo su imperio pieza por pieza, solo suyo, aunque aquello implique destruir a sus propios familiares y al mismo Cohn en su momento, pues cuando algo o alguien deja de ser útil debe ser eliminado o desechado. Y así, además, dato no menor, Trump va autopercibiéndose como el guardián del espíritu estadounidense.
Ali Abbasi y Gabriel Sherman, director y escritor de El Aprendiz, respectivamente, logran arte. Lo hacen cuando mueven los hilos y consiguen que historias sencillas, pero bien contadas, provoquen que las amemos u odiemos pero que no nos sean indiferentes, en la misma medida que a sus personajes. Las interpretaciones de Sebastian Stan y Jeremy Strong son interesantes, nada parece fingido al representar la transición de un hombre respetuoso y con valores en su ascenso a la riqueza, crecimiento profesional y fama, mientras en paralelo desciende su humanidad, remordimientos y vergüenza, pues solo importa la satisfacción de sus objetivos. “Todos somos animales, queremos ser ricos y ganar” se escucha decir en la película. Y se entiende pues el pez no mira el agua ya que es su naturaleza, su normalidad.
No existe una película perfecta. Hay cientos, sino miles, que pueden serlo según los sesgos de confirmación o des confirmación que se tenga. El Aprendiz entretiene a su manera, no agobia, se deja mirar. Desde el principio aclara que se basa en hechos reales pero que algunos momentos fueron alterados en pro de la ficción. Al final, la ficción es el mundo del invento que puede ser pensada de manera irreverente, especialmente cuando aborda lo subjetivo. “Todo poder es una conspiración permanente”, pensó Honoré de Balzac. No obstante, la realidad también supera a la imaginación, tantas veces.

Néstor Romero Mendoza
30/10/2025