“… en política todo tiene un precio… Hay dos clases de hombres, los que trabajamos y pagamos el precio para que los demás vivan en paz y los que, como usted, doctor (Ugaz), quieren conseguir cosas gratis. ¿Ha visto la cara de alguien que recibe un millón de dólares? Quiero verlo sonreír, ¿cuál es su precio? ¿Usted cree que el país va a cambiar porque hoy me han capturado? Yo no estaba solo…”. Así hablaba Vladimiro Montesinos a José Ugaz en la escena que va cerrando la película peruana “Caiga quien caiga” (Prime Video – 2018).
Basada en hechos reales que tienen como base argumental las memorias hecha libro del fiscal José Ugaz, este thriller judicial de suspenso, dirigido por Eduardo Guillot, intenta retratar lo que significó Montesinos para la sociedad peruana, su poder y su caída. En voz de quienes vivieron y sufrieron a Montesinos, él era cosa brava, la representación en cuerpo y sangre de que el fin justifica los medios. Se auto percibía eterno cuando ejercía con mano de hierro, truco y maña, la jefatura del Servicio de Inteligencia Nacional y la asesoría de la Presidencia de Alberto Fujimori. Desde ahí no dudaba, amenazaba, intimidaba, sometía, atacaba, destruía.
En 98 minutos y como un desafío entre gatos y ratones, Caiga quien caiga recrea las ejecutorias ilegales del abogado Montesinos (interpretado por Miguel Iza) y el tiempo previo a su encarcelación. Expone, en rasgos generales, el proceso investigativo que llevó adelante José Ugaz (Eduardo Camino) para llevarlo de vuelta al Perú a rendir cuentas pues Montesinos había fugado, para judicializarlo por más de 60 cargos y para desmontar su sofisticada red de lavado de dinero, procedente del tráfico de drogas, empleando empresas privadas.
El poder de Montesinos empezó a morir cuando en septiembre de 2000, el Canal N, único canal de televisión independiente que no pudo sobornar, reveló el primer “Vladivideo”, grabación en la que aparecía Montesinos comprando a Alberto Kouri, congresista opositor de Fujimori, para que vote a favor del régimen. Después de esto, el Fujimorato enfrentó una crisis de reputación que devino en lo política y social, y arrastró a la debacle al “Chino”, como le decían al Presidente, aunque su origen era japonés.
Para que la fórmula Fujimori-Montesinos funcione, participaron unas 1.600 personas en la red de corrupción, entre políticos, empresarios, elementos del Poder Judicial y Militar y los medios de comunicación con sus respectivos periodistas y personalidades, como la popular presentadora Laura Bozzo. En total, Montesinos habría destinado más de 3 millones de dólares mensuales en sobornos para construir la opinión y agenda pública, controlar y administrar la verdad. Todo esto se fue sabiendo después, en reportes informativos, ya cuando el Fujimorato había muerto.
Caiga quien caiga hace lo que puede con lo tiene, quizás. Es una película que estéticamente denota austeridad, las tomas más vistosas tienen que ver con el urbanismo peruano; el vestuario, la dirección de arte y la fotografía guardan el estilo e identidad burocrática que requiere. Algunas actuaciones sobre exteriorizadas afectan la lucidez de la producción, finalmente. Quizás los momentos más impactantes o inolvidables tienen que ver con un Fujimori buscando entender su presente y anticipar lo que le viene a través de una ´bruja´ y sus cartas.
Por décadas, la ciencia viene estudiando y perfilando las alteraciones mentales que sufren las personas cuando asumen un poder, cualquiera sea éste. Los resultados de experimentos conductuales y psicológicos han sido extraordinarios determinando la transición de cómo el individuo desciende en valores de humanidad, límites y mesura en la misma medida en que asciende su sentido de superioridad y se vuelve raro, torpe, violente y anti empático. Dos tesis destacan. Primero, el ´síndrome de hubris´, perfeccionado por David Owen en su libro “En el poder y en la enfermedad”, que analiza como los humanos se intoxican con los lujos que otorga ser autoridad, tanto como para sentirse dioses que demonizan a sus adversarios, instaurando historias conspirativas de buenos contra malos, pues conservar el poder es el principio y fin de todo. Así, aparece el “pensamiento de grupo” estudiado por Irving Janis en “Victims of Groupthink: A Psychological Study of Foreign-Policy Decisions and Fiascoes”, quien destaca que cuando sujetos se unen alrededor de pensamientos mágicos logran generar una identidad y quienes las conforman obedecen ciegamente a sus líderes, quienes prohíben la crítica, viven en excesos, ya que la verdad es única e impiden pensar alternativas diversas a las suyas y por ello se rodean de colaboradores con visiones uniformes del mundo, que tratan de parecerse entre sí. Y “donde todos piensan igual, nadie piensa demasiado”, según Walter Lippmann. De la comprobación de David Owen e Irving Janis, Montesinos se enfermó de poder. A él, Perú lo acusó de corrupción, extorsión, lavado de dinero, narcotráfico, tortura, tráfico de armas, terrorismo, violación de derechos humanos. Y fue juzgado.
La espectacularidad de la historia Fujimori-Montesinos-Ugaz supera infinitamente a la película Caiga quien caiga, que queda reducida a una producción básica y hasta ingenua que parece sugerir que no busquen más ni en otro lado, porque los ángeles y demonios habitan en esta vida, aquí y ahora.
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Néstor Romero Mendoza
2/11/2025