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El inconformismo como motor de la invención humana
Por María Cristina Kronfle Gómez
Publicado en 04/08/2025 17:05 • Actualizado 05/08/2025 14:24
PENSAR

 

 Reivindico la incomodidad como una fuerza creativa. Reivindico el cuestionamiento como chispa vital. Y reivindico la posibilidad de que, incluso en medio del caos, inventemos caminos hacia lo impensado, lo que hoy creemos imposible, nuestra naturaleza inconforme, reactiva, contestataria y muchas veces rebelde, podría llevarnos con éxito a conseguir un mundo más justo y digno...

  

 

Durante siglos, la convivencia humana ha estado marcada por guerras y reconciliaciones, por la sucesiva aparición y transformación de credos, por la migración de ideas y la constante búsqueda de un sentido más amplio para la existencia. Sin embargo, subyacente a todos estos movimientos se encuentra un hilo conductor que rara vez se reconoce como tal: el inconformismo.

A mi entender, es precisamente ese estado de insatisfacción, esa fricción interna con lo dado, ya sea en lo social, lo espiritual o lo material, lo que ha catalizado los mayores actos de creatividad de la humanidad. No es un fenómeno reciente. La historia de la invención es también la historia del descontento: con el hambre, con la guerra, con la enfermedad, con la oscuridad, con la muerte. Y es en esa tensión entre lo que es y lo que se anhela, donde surgen las transformaciones más profundas.

 

El mito de la necesidad y la chispa creativa

La conocida frase “la necesidad es la madre de la invención” encierra una gran verdad. Cada gran invento —el fuego, la rueda, el papel, la imprenta, la penicilina, internet— ha sido una respuesta a una carencia, a una urgencia, a un límite. De hecho, diversos estudios en ciencia cognitiva y neuropsicología confirman que la creatividad suele aflorar en entornos de incertidumbre o conflicto, donde el cerebro humano se ve forzado a reorganizar información, generar patrones nuevos y encontrar soluciones no evidentes.

Incluso en las artes y en las religiones, encontramos que los movimientos más disruptivos nacen como actos de resistencia. El surrealismo, por ejemplo, es hijo directo de la Primera Guerra Mundial. El protestantismo nace del rechazo a la corrupción papal. La música jazz es hija de la opresión racial.

El economista Joseph Schumpeter lo formuló en términos más estructurales: toda innovación verdadera implica una “destrucción creativa”. Un sistema debe ser desafiado y superado para que surja otro. Y ese desafío no es más que la manifestación organizada del inconformismo.

 

¿Y si innovar es una forma de resistir?

Este razonamiento nos lleva a una conclusión más amplia: innovar no es solo mejorar lo que ya existe, sino un acto político y humano de resistencia frente a aquello que no nos representa, no nos sirve o no nos basta. En ese sentido, la innovación no es una moda, ni una habilidad exclusiva de las élites tecnológicas. Es una pulsión humana ancestral.

No es casualidad que los momentos más fértiles para la innovación coincidan con contextos de crisis. Hoy, ante el colapso ambiental, la inequidad económica y la fragilidad institucional, emergen con fuerza nuevas formas de pensar la energía, la economía, la alimentación, la salud, la educación y hasta el amor. Lo impensado de ayer es el laboratorio de mañana. Y, muchas veces, esos laboratorios están naciendo en el margen: en las periferias, en las comunidades indígenas, en los cuerpos diversos, en las voces antes silenciadas.

 

Lo impensado como destino

El inconformismo no garantiza que todo cambio sea positivo. También hay inventos que nos han llevado al borde del abismo. Las bombas atómicas, la vigilancia masiva o ciertas aplicaciones de la inteligencia artificial, así lo demuestran. Pero incluso esas invenciones sombrías nos confrontan con la necesidad de crear con conciencia y de innovar con ética.

 

Un llamado a reivindicar la incomodidad

En tiempos donde se idealiza la comodidad y se teme a la crítica es un acto de valentía recordar que los mayores avances del mundo, nacieron del desacuerdo humano. El inconformismo no es un defecto de carácter, sino una de las expresiones más poderosas de la conciencia humana.

Por eso, reivindico la incomodidad como una fuerza creativa. Reivindico el cuestionamiento como chispa vital. Y reivindico la posibilidad de que, incluso en medio del caos, inventemos caminos hacia lo impensado, lo que hoy creemos imposible, nuestra naturaleza inconforme, reactiva, contestataria y muchas veces rebelde, podría llevarnos con éxito a conseguir un mundo más justo y digno para todos y todas.

 

 Ab. María Cristina Kronfle Gómez 

Articulista www.vibramanabi.com

 

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