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Una democracia de emociones más fuertes que las instituciones
Por: Mario Riorda – La República
Publicado en 03/09/2025 08:14
PENSAR

 

 "Nada puede construirse cuando la diferencia en democracia se sostiene en el asco. Así funcionaban los totalitarismos del siglo pasado".

 

La democracia en Latinoamérica muestra una erosión gradual, con problemas estructurales no resueltos y nuevos desafíos. Autoritarismo, corrupción y crimen organizado siguen protagonizando los vaivenes de la región. Número más, número menos, sólo la mitad de sus ciudadanos apoyan la democracia (52% según el informe Latinobarómetro de 2024). Pero la insatisfacción con ella es mayor, se sitúa en un 65%.

Guatemala enfrentó una crisis en 2023, cuando fuerzas antidemocráticas intentaron bloquear la asunción de Bernardo Arévalo mediante procesos judiciales manipulados.

En Venezuela, las elecciones de 2024 fueron denunciadas como fraudulentas, con Nicolás Maduro proclamándose victorioso pese a evidencias de manipulación. El Salvador bajo Nayib Bukele acaba de aprobar, vía Asamblea Legislativa y en un trámite exprés, la reelección presidencial indefinida. 

México vive amenazado por la influencia de carteles en muchas de sus elecciones locales, donde grupos criminales financian candidatos y generan autocensura periodística.

Brasil, luego del intento de golpe del 8 de enero de 2023 tras la derrota de Jair Bolsonaro, se ve inmerso en una polarización donde, además, es el propio presidente de los EEUU quien ha mostrado una peligrosa injerencia mezclando apoyo a sectores ultra, presionando al presidente Lula da Silva, a la justicia, e imponiendo aranceles arbitrarios.

Dos candidatos presidenciales asesinados, Fernando Villavicencio en Ecuador en 2023 y recientemente en Colombia con la muerte de Miguel Uribe Turbay. Ambos países con preocupantes niveles de hostilidad interpartidaria, Colombia con récords de candidaturas compitiendo que demuestra el rompimiento de su sistema de partidos y Ecuador atravesado por la violencia y con la oposición cuestionando la integridad electoral. Bolivia ha visto fracturar en facciones el oficialismo que, con un gobierno altamente rechazado, permitió virar fuertemente hacia dos opciones de derecha en un próximo balotaje y con desafíos de gobernabilidad futura. Argentina, en un momento de polarización inédita, con serias amenazas institucionales del presidente hacia la legitimidad del Congreso, ataques cotidianos a la prensa, y una persistente erosión de derechos civiles básicos, incluyendo una fuerte criminalización de la protesta.

A todo esto, el Perú sufriendo una erosión institucional que se expande por la baja confianza en instituciones y el récord de pérdida de apoyo ciudadano de su presidenta, Dina Boluarte; con una modalidad de gobierno definida por una cogestión junto a sectores del congreso y otros factores de poder; con amedrentamientos recurrentes a sectores de la justica o del sistema electoral; y en un contexto el marco de un aumento de la criminalidad en gran parte de su territorio.

Son solo ejemplos que atraviesan una o varias de las problemáticas que Steven Levitsky y Daniel Ziblatt proponían en su libro Cómo mueren las democracias:

 

  • Debilitamiento de las normas democráticas, con erosión de principios fundamentales como la tolerancia mutua y el respeto por la oposición que crea un ambiente de polarización extrema.
  • Captura de instituciones, donde los líderes autoritarios manipulan organismos estatales, como el poder judicial y los medios de comunicación, para consolidar su control.
  • Eliminación de contrapesos, pues se socavan mecanismos de control, como la independencia del poder legislativo y la prensa libre, reduciendo la capacidad de fiscalización.
  • Normalización del autoritarismo, con la aceptación gradual de prácticas antidemocráticas por parte de la sociedad y los partidos políticos.

 

Los líderes les agarran el gusto a las zonas de confort. Donald Trump no dio sola entrevista con un medio de comunicación tradicional en el tramo final de la campaña, centrándose, en cambio, en medios de comunicación partidistas y podcasts de política muy afines. Este punto de inflexión es la materia prima para desacreditar a los medios y periodistas críticos, así como un mecanismo de propalación donde la comunicación oficial pasa a ser una versión partidista -y hasta parodiada- llevada al extremo. Esto empieza a ser norma ya.

Se instalan narrativas demonizantes desde la deshumanización de los adversarios que merecen castigos, no derrotas electorales. Que merecen sufrir, no solo perder. Dice el psicólogo Hugo Mercier: Voltaire se equivocó cuando dijo que “aquellos que pueden hacerte creer absurdos, pueden hacerte cometer atrocidades”; es “querer cometer atrocidades lo que te hace creer absurdos”. Y muchos argumentos desde posturas extremas son así de absurdos y atroces.

Encima, la convivencia política se tribaliza y se compartimenta. Ya no hay debates, ahora le llaman nuevamente guerras culturales. Y las tribus, como insignias de identidad, no de pensamiento, se aglutinan para excluir al resto. La cohesión social se ve atravesada por el acoso al distinto, la cotidianeidad de las redes. Atormentar, regocijarse en la crueldad, al decir de Henry Giroux.

La creciente polarización tiene efectos devastadores en la capacidad de mostrar compasión. Estudios han demostrado que cuando uno se siente frustrado, pierde capacidad para experimentar empatía: siempre el otro tiene la culpa. Hugo Mercier afirma que, si adherimos a un partido o a un líder político extremista, por ejemplo, es porque tenemos un interés en ello, no porque nos hayan “convencido” de nada (es decir, no por nuestra credulidad). Y agrega que la comunicación política tiende a acentuar creencias (las fortalece), pero no las cambia radicalmente. Por lo tanto, siempre anida lo no democrático en alguna parte de la sociedad. Lo mismo que plantea Vicente Valentim cuando afirma que el comportamiento de las expresiones radicales o extremas en las democracias occidentales es el resultado de la normalización de lo ultra impulsado por individuos que ya tenían puntos de vista de derecha radical, pero anteriormente no actuaron sobre ellos porque se consideraban socialmente inaceptables.

Por lo tanto, en la hostilidad como manifestación constante de la incivilidad democrática, muchas emociones primarias se dan vida, como el asco y el miedo. El asco, como una emoción que provoca un fuerte rechazo o aversión hacia lo percibido como desagradable o repulsivo. Nada puede construirse cuando la diferencia en democracia se sostiene en el asco. Así funcionaban los totalitarismos del siglo pasado.

Y el miedo, la emoción de las emociones que, cuando aparece, desplaza a todas las demás. “Todos tienen miedo y yo también, el miedo no me deja dormir, nada funciona bien, excepto el miedo", ejemplifica el guion “El huevo de la serpiente”, la película de Ingmar Bergman. Las versiones políticas “anti” se basan en el miedo. Los miedos siempre están latentes, hibernando, agazapados, no del todo extinguidos cada vez que se quiera reflotar una idea de animadversión. Una época deja huellas que raramente terminan de borrarse. Son astillas morales, catalizadores de prejuicios que vuelven a hacerse presentes.

Como se ve, las emociones están más fuertes y presentes que las emociones…

 

 

 

 

Mario Riorda, profesor de comunicación gubernamental y de crisis en la Universidad Austral

www.larepublica.pe

 

 

 

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