Si quieren ver cosas horribles, esta es la serie, pero si quieren que ese horror esté acompañado por algo más, entonces no es por acá.
Monstruo: la historia de Ed Gein es la temporada tres de esta serie de antología basada en famosos asesinos. Su creador, Ryan Murphy, tiene una larga tradición en historias de terror truculentas y morbosas, muchas veces conectadas con personajes o eventos reales. Las dos temporadas anteriores fueron La historia de Jeffrey Dahmer y La historia de Lyle y Erik Menéndez. Pero esta temporada tres es por lejos la más desconectada de la realidad, estirando la trama con eventos no comprobados y con agregados completamente inventados. También tiene una inútil y poco atractiva conexión entre la historia del personaje central y tres películas que se inspiraron de forma directa o indirecta en él.
Monstruo: La historia de Ed Gein narra en 8 episodios la vida de Edward Theodore Gein (27 de agosto de 1906 – 26 de julio de 1984), también conocido como el Carnicero de Plainfield y el demonio necrófago de Plainfield. Ed fue un asesino, posible asesino en serie y ladrón de cadáveres cuya fama fue creciendo a lo largo de las décadas cuando la policía allanó su casa y descubrió restos mutilados de un número imposible de precisar de restos humanos. Su figura inspiró a Robert Bloch a escribir el libro Psicosis publicado en 1959, que luego fue llevado a la pantalla por Alfred Hitchcock en 1960. Más tarde otras películas como La masacre de Texas (1974) de Tobe Hopper y El silencio de los inocentes (1991) de Jonathan Demme, adaptación del libro de Thomas Harris de 1988. Esas son las tres herencias más notables de un enorme número de ramificaciones en la cultura popular que tuvo este siniestro criminal. La serie termina también conectada con otra ficción, mucho mejor por cierto, llamada Mindhunter (2017-2019).
La serie es una nueva creación de Ryan Murphy y el showrunner es Ian Brennan, colaborador de Murphy en muchos de sus trabajos desde Glee. Brennan es el guionista exclusivo de esta temporada y su trabajo deja mucho que desear. También dirige algunos episodios, pero la mayoría están filmados por Max Winkler, otro asiduo colaborador de este equipo. El rol principal recayó en Charlie Hunnam, el protagonista de la serie Sons of Anarchy (2008-2014). Aunque estos roles pueden parecer una gran oportunidad para que un actor poco valorado se luzca, también son una invitación al papelón, como es este caso. No sólo es incapaz de generar cualquier terror o empatía, sino que su interpretación afectada y la imitación de la voz de Gein son casi una parodia de segunda categoría. Varios de los personajes están sobreactuados, bien al uso de Ryan Murphy, pero acá el problema es que no parecen los personajes que dicen interpretar. Sin embargo, lo peor en ese aspecto recae en Tom Hollander interpretando a un grotesco Alfred Hitchcock y a Joey Pollari en el rol de Anthony Perkins.
El absurdo de la serie consiste en romper la lógica biográfica para pegar saltos temporales a las fechas de estreno o realización de las tres películas mencionadas y también construir varias líneas narrativas más, como la de la criminal de guerra nazi Ilse Koch, monstruo que supo ser la inspiración para obras de morbo sadomasoquista. Pero también hay lugar para que aparezca Christine Jorgensen (Alanna Darby), la primera persona que fue famosa en Estados Unidos por su reasignación de género. ¿Hay más? Sí, hay más, también aparece el famoso fotógrafo Weegee (Elliott Gould), que tiene una escena con Adeline Watkins (Suzanna Son) la novia de Ed Gein para esta serie, inspirada en una conocida del asesino de la que jamás se confirmó tal noviazgo.
La serie explota el morbo y es más gráfica que las películas que se inspiraron en Ed Gein. Mucho más gráfica y perturbadora. Le dedica mucho tiempo a los asesinatos, las mutilaciones, la necrofilia y a los planos detalle de los cuerpos destrozados de las mujeres asesinadas o exhumadas por el personaje central. Pero, Ryan Murphy y compañía mediante, tiene el tupé de juzgar a la sociedad, insinuar que hay mala gente que lucra con esto -como Murphy y su equipo, desde hace más de veinte años- y que tal vez Ed Gein no es tan malo, sino una víctima de una sociedad enferma. Tampoco es muy coherente en su discurso, más bien es una gran ensalada que busca ser ingeniosa y se hace eterna. No hay motivo para ver la temporada completa, con dos episodios alcanza para ver hacia dónde va. Para saberlo todo, claro, hay que completarla.
El último episodio confirma las peores sospechas. La serie, a propósito, o por su mediocridad, termina siendo un elogio a Ed Gein, otorgándole un final como si fuera el protagonista de El gran pez (2003) de Tim Burton. El nivel de misoginia que trabaja esta temporada tres de la serie Monstruo es alarmante. La ternura creciente hacia el protagonista y el desprecio por las mujeres de toda esta ficción es tremenda. Su descripción de la perversión es admiración por la perversión. Hay genuino cariño por lo criminal. Y no hay una mirada compleja sobre el tema, sino un regodeo casi infantil o adolescente. Hitchcock supo, en Psicosis, explorar el alma humana y la mente de los espectadores de cine al mismo tiempo que reflexionó sobre el arte cinematográfico. Acá ni de lejos hay algo así. Ryan Murphy y Ian Brennan intentan apostar a esa reflexión perezosa y siniestra de decir que todos somos Ed Gein, que cuando aparecen estas historias todos somos culpables. No es así. La idea de que todo es una basura insalvable es una bajada de línea a la que no hay que resignarse. Estas series sin valores, sin héroes, sin nobleza, sin nada rescatable son una mirada del mundo y se respeta lo que cada artista quiera decir. Pero también hay que decir que su cinismo hipócrita no las hace más reales o profundas que aquellas ficciones con la mirada contraria. Hoy, el pesimismo efectista es un lugar común tan aburrido como el optimismo vacío lo pudo haber sido en otro momento. Si quieren ver cosas horribles, esta es la serie, pero si quieren que ese horror esté acompañado por algo más, entonces no es por acá.

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