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Menem
Por Santiago Garcia
Publicado en 26/07/2025 16:56
QUÉ MIRAR

Hacer una serie sobre una historia real genera automáticamente un desafío, pero si además se trata de personajes famosos y de hechos históricos importantes, entonces el compromiso aumenta y también las reacciones de los espectadores. Quienes no tengan la más remota idea de quién fue Carlos Saúl Menem, tal vez ni se interesen en la serie, los que sí quieren verla son los que lo conocen. Entonces se confirma rápidamente que los seis episodios de la temporada 1 de Menem son llamados a generar discusiones. Entre los fascinados, los enfurecidos, los puristas y los reivindicadores, todos tienen algo para decir. Todos tenemos algo para decir. Ni hablar de los que vivieron la historia y son llamados a desfilar por los medios para dar su mirada sobre la serie. Lo mismo pasa con Chespirito, aunque el cómico mexicano no fue juzgado por ningún delito, ni provocó daño alguno por su trabajo. Sí tienen algo en común estas dos series, como muchas inspiradas en personajes reales: son recibidas por espectadores que ven la ficción como periodistas y/o chimenteros. Nadie parece poder disfrutar de la narración de la obra en sí misma o de buscar algo más que la superficie del relato. No hablo de una serie o película en particular, ocurre cada vez más. De la misma forma que muchos se aferran a remakes o secuelas, otros se sumergen en el terreno controlable de comparar la ficción que ven con la realidad.

Menem está dirigida por Ariel Winograd, director de comedias, realizador también de Coppola, el representante, dónde ya muchos podían sentirse ofendidos por su punto de vista. Winograd acá duplica la apuesta, por supuesto a partir de un guión de otras personas y en un proyecto que le ofrecen. Vamos a aplicar un poco la teoría de autor, pero recordemos también que es un trabajo de muchos. Si Coppola podía indignar, obviamente Menem lo lleva al siguiente nivel. Hay muchas personas muy heridas por su gobierno y entiendo que es difícil superar eso al ver el humor de la serie. Pero también el fan club del presidente sentirá que hay algo de burla y subestimación, además de crítica. Lo que más importa, lo que más hay que buscar, es que hay en estos seis episodios que trascienda esa aproximación visceral y comprometida por la experiencia personal en relación con el personaje. ¿Hay algo? Sí, hay.

Olegario Salas (Juan Minujín) es un fotógrafo de pueblo en su provincia, La Rioja. Lleva una vida tranquila y sin sobresaltos hasta que el destino lo cruza con Carlos Saúl Menem. Olegario terminará convirtiéndose en el fotógrafo oficial del imposible candidato a presidente de la Nación y finalmente presidente de la República Argentina. Olegario no es el único personaje inventado para la serie, pero sí el más importante. Él es el narrador, él es quien representa la mirada de muchos acerca de Menem. La subestimación, la burla, luego la aceptación, la fascinación, la diversión y el éxito y luego, cuando está terminando esta temporada inicial, el desencanto y el enfrentamiento con el personaje real. El episodio 6 termina cuando Olegario le quiere decir basta a un personaje nefasto pero frente al dolor que este vive, se enternece y vuelve a caer en la trampa. La serie busca poner en Olegario y su esposa, la relación de un país con un político. Y por extensión, con una época.

Menem es una serie crítica sobre el político, no un festejo. Pero ponerse a atacar a alguien que fue votado dos veces como presidente sin preguntarse el motivo es algo que le hubiera quitado valor al relato. Bajo el permanente sesgo de confirmación en el cuál todos aprendimos a vivir hoy, a todos nos cuesta ir un poco más allá de nuestras ideas. La serie muestra el absurdo personaje que marcó una época. Impresentable, absurdo, superficial, siniestro, carismático a su manera, un político en todos los sentidos de la palabra. La serie no lo defiende, la serie muestra sus estrategias. ¿Mito o realidad? La serie se encarga de decir varias veces que inventa cosas, muchas cosas. El resultado es divertido, gracioso por momentos, interesante e incluso apasionante en otras ocasiones. Pero para todos los que vivieron esa época, la búsqueda de la verdad es un derecho genuino que se interpone entre la obra y nosotros. ¿Debemos exigirle más cercanía con la verdad? Yo creo que no, pero al hacerlo tenemos que aceptar que vamos a dejar pasar muchas cosas. Nadie que admire al presidente quedará contento, por lo cuál está pareja la balanza. El único problema es que cuando llega el atentado a la AMIA, la serie se pone seria y documental, agrega ficción para aumentar la emoción, pero se conecta de forma directa con el atentado terrorista aún impune que sufrió la República Argentina. Eso no lo negocia de ninguna manera.

Sin embargo, incluso con el atentado, la serie juega con las reglas de la ficción. Inventa personajes, conecta emocionalmente y dice que se acabó el sueño menemista y la fiesta. Un personaje se quiebra en ese momento, tomando conciencia del horror que lo rodea y el costo que tiene. Hay más insinuaciones que denuncias en esta temporada 1, pero que sea una comedia no significa ni por asomo que sea una defensa del personaje. Incluso la narración se vuelve berreta, vulgar, decadente, como el propio personaje que elige. Para eso cuenta con un muy maquillado Leonard Sbaraglia, que arranca bien arriba, logrando muy bien su personaje, pero que pierde algo de fuerza cuando lo hemos estado viendo durante varios episodios. Su actuación es buena, aunque es mejor en la comedia que en el drama. De los biopics que ha presentado Prime Video, este es el más logrado. Si alguien se siente ofendido, tiene razón, si alguien lo disfruta y se entretiene, no es raro. La ambigüedad del mal de su protagonista es clara. No es un mal con mayúsculas, sino más bien la historia de alguien que consiguió llegar a lo más alto de una forma diferente. Sabemos que la parte más oscura de la serie será en la temporada 2, como queda bien claro.

Olegario Salas es como esos personajes de la literatura, fascinados con una figura enorme y luego pasando al desencanto. Como Jim Hawkins en La isla del tesoro, la novela de Robert Louis Stevenson, se sumerge en un mundo de aventuras para luego entender realmente quiénes son verdaderamente los piratas que tiene delante. Algo que también ocurre en 20.000 leguas de viaje submarino de Jules Verne, aunque aquí el protagonista no es un genio como el Capitán Nemo, pero sí alguien que termina decepcionando luego de la fascinación del comienzo. La historia está llena de ficciones como estas y la política de personajes de este tipo. Una capa más de la historia argentina revisada, esta vez de manera algo más osada y provocadora, buscando ser más leal a sí misma que a los manuales, con todo lo que esto implica.

 

 

 

 

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